Julio Scherer caminó por la frágil cuerda que se tiende entre el periodismo y la propaganda.
MÉXICO, D.F., 3 de abril (Proceso).- Una expresión de Julio Scherer García ha quedado grabada con hierro candente, entre muchas otras, en quienes colaboramos con él. “Si el Diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos…”. En el mayor de los sigilos, bajo la exigencia de reserva absoluta que él respetó y respeta, el fundador de Proceso fue convocado a encontrarse con Ismael El Mayo Zambada. “Tenía interés en conocerlo”, le dijo el capo del cártel de Sinaloa, colega y compadre de El Chapo Guzmán. En el encuentro, que terminó en puntos suspensivos, El Mayo Zambada dejó un reto: “Me pueden agarrar en cualquier momento… o nunca”.
Un día de febrero recibí en Proceso un mensaje que ofrecía datos claros acerca de su veracidad. Anunciaba que Ismael Zambada deseaba conversar conmigo.
La nota daba cuenta del sitio, la hora y el día en que una persona me conduciría al refugio del capo. No agregaba una palabra.
A partir de ese día ya no me soltó el desasosiego. Sin embargo, en momento alguno pensé en un atentado contra mi persona. Me sé vulnerable y así he vivido. No tengo chofer, rechazo la protección y generalmente viajo solo, la suerte siempre de mi lado.
La persistente inquietud tenía que ver con el trabajo periodístico. Inevitablemente debería contar las circunstancias y pormenores del viaje, pero no podría dejar indicios que llevaran a los persecutores del capo hasta su guarida. Recrearía tanto como me fuera posible la atmósfera del suceso y su verdad esencial, pero evitaría los datos que pudieran convertirme en un delator.
Me hizo bien recordar a Octavio Paz, a quien alguna vez le oí decir, enfático como era:
“Hasta el último latido del corazón, una vida puede rodar para siempre.”
Una mañana de sol absoluto, mi acompañante y yo abordamos un taxi del que no tuve ni la menor idea del sitio al que nos conduciría. Tras un recorrido breve, subimos a un segundo automóvil, luego a un tercero y finalmente a un cuarto. Caminamos en seguida un rato largo hasta detenernos ante una fachada color claro. Una señora nos abrió la puerta y no tuve manera de mirarla. Tan pronto corrió el cerrojo, desapareció.
La casa era de dos pisos, sólida. Por ahí había cinco cuadros, pájaros deformes en un cielo azuloso. En contraste, las paredes de las tres recámaras mostraban un frío abandono. En la sala habían sido acomodados sillones y sofás para unas diez personas y la mesa del comedor preveía seis comensales.
Me asomé a la cocina y abrí el refrigerador, refulgente y vacío. La curiosidad me llevó a buscar algún teléfono y sólo advertí aparatos fijos para la comunicación interna. La recámara que me fue asignada tenía al centro una cama estrecha y un buró de tres cajones polvosos. El colchón, sin sábana que lo cubriera, exhibía la pobreza de un cobertor viejo. Probé el agua de la regadera, fría, y en el lavamanos vi cuatro botellas de Bonafont y un jabón usado.
Hambrientos, el mensajero y yo salimos a la calle para comer, beber lo que fuera y estirar las piernas. Caminamos sin rumbo hasta una fonda grata, la música a un razonable volumen. Hablamos sin conversar, las frases cortadas sin alusión alguna a Zambada, al narco, la inseguridad, el ejército que patrullaba las zonas periféricas de la ciudad.
Volvimos a la casa desolada ya noche. Nos levantaríamos a las siete de la mañana. A las ocho del día siguiente desayunamos en un restaurante como hay muchos. Yo evitaba cualquier expresión que pudiera interpretarse como un signo de impaciencia o inquietud, incluso la mirada insistente a los ojos, una forma de la interrogación profunda. El tiempo se estiraba, indolente, y comíamos con lentitud.
Las horas siguientes transcurrieron entre las cuatro paredes ya conocidas. Yo llevaba conmigo un libro y me sumergí en la lectura, a medias. Mi acompañante parecía haber nacido para el aislamiento. Como si nada existiera a su alrededor, llegué a pensar que él mismo pudiera haber desaparecido sin darse cuenta, sin advertirlo. Me duele escribir que no tenía más vida que la servidumbre, la existencia sin otro horizonte que el minuto que viene.
“Ya nos avisarán –me dijo sorpresivamente–. La llamada vendrá por el celular.”
Pasó un tiempo informe, sin manecillas. ‘Paciencia’, me decía.
Salimos al fin a la oscuridad de la noche. En unas horas se cruzarían el ocaso y el amanecer sin luz ni sombra, quieto el mundo.
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Viajamos en una camioneta, seguidos de otra. La segunda desapareció de pronto y ocupó su lugar una tercera. Nos seguía, constante, a cien metros de distancia. Yo sentía la soledad y el silencio en un paisaje de planicies y montañas.
Por veredas y caminos sinuosos ascendimos una cuesta y de un instante a otro el universo entero dio un vuelco. Sobre una superficie de tierra apisonada y bajo un techo de troncos y bejucos, habíamos llegado al refugio del capo, cotizada su cabeza en millones de dólares, famoso como el Chapo y poderoso como el colombiano Escobar, en sus días de auge, zar de la droga.
Ismael Zambada me recibió con la mano dispuesta al saludo y unas palabras de bienvenida:
–Tenía mucho interés en conocerlo.
–Muchas gracias –respondí con naturalidad.
Me encontraba en una construcción rústica de dos recámaras y dos baños, según pude comprobar en los minutos que me pude apartar del capo para lavarme. Al exterior había una mesa de madera tosca para seis comensales, y bajo un árbol que parecía un bosque, tres sillas mecedoras con una pequeña mesa al centro. Me quedó claro que el cobertizo había sido levantado con el propósito de que el capo y su gente pudieran abandonarlo al primer signo de alarma. Percibí un pequeño grupo de hombres juramentados.
A corta distancia del narco, los guardaespaldas iban y venían, a veces los ojos en el jefe y a ratos en el panorama inmenso que se extendía a su alrededor. Todos cargaban su pistola y algunos, además, armas largas. Dueño de mí mismo, pero nervioso, vi en el suelo un arma negra que brillaba intensamente bajo un sol vertical. Me dije, deliberadamente forzada la imagen: podría tratarse de un animal sanguinario que dormita.
–Lo esperaba para que almorzáramos juntos–, me dijo Zambada y señaló la silla que ocuparía, ambos de frente.
Observé de reojo a su emisario, las mandíbulas apretadas. Me pedía que no fuera a decir que ya habíamos desayunado.
Al instante fuimos servidos con vasos de jugo de naranja y vasos de leche, carne, frijoles, tostadas, quesos que se desmoronaban entre los dedos o derretían en el paladar, café azucarado.
–Traigo conmigo una grabadora electrónica con juego para muchas horas–, aventuré con el propósito de ir creando un ambiente para la entrevista.
–Platiquemos primero.
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Le pregunté al capo por Vicente, Vicentillo.
–Es mi primogénito, el primero de cinco. Le digo “Mijo”. También es mi compadre.
Zambada siguió en la reseña personal:
–Tengo a mi esposa, cinco mujeres, quince nietos y un bisnieto. Ellas, las seis, están aquí, en los ranchos, hijas del monte, como yo. El monte es mi casa, mi familia, mi protección, mi tierra, el agua que bebo. La tierra siempre es buena, el cielo no.
–No le entiendo.
–A veces el cielo niega la lluvia.
Hubo un silencio que aproveché de la única manera que me fue posible:
–¿Y Vicente?
–Por ahora no quiero hablar de él. No sé si está en Chicago o Nueva York. Sé que estuvo en Matamoros.
–He de preguntarle, soy lo que soy. A propósito de su hijo, ¿vive usted su extradición con remordimientos que lo destrocen en su amor de padre?
–Hoy no voy a hablar de “Mijo”. Lo lloro.
–¿Grabamos?
Silencio.
–Tengo muchas preguntas–, insistí ya debilitado.
–Otro día. Tiene mi palabra.
Lo observaba. Sobrepasa el 1.80 de estatura y posee un cuerpo como una fortaleza, más allá de una barriga apenas pronunciada. Viste una playera y sus pantalones de mezclilla azul mantienen la línea recta de la ropa bien planchada. Se cubre con una gorra y el bigote recortado es de los que sugieren una sutil y permanente ironía.
–He leído sus libros y usted no miente–, me dice.
Detengo la mirada en el capo, los labios cerrados.
–Todos mienten, hasta Proceso. Su revista es la primera, informa más que todos, pero también miente.
–Señáleme un caso.
–Reseñó un matrimonio que no existió.
–¿El del Chapo Guzmán?
–Dio hasta pormenores de la boda.
–Sandra Ávila cuenta de una fiesta a la que ella concurrió y en la que estuvo presente el Chapo.
–Supe de la fiesta, pero fue una excepción en la vida del Chapo. Si él se exhibiera o yo lo hiciera, ya nos habrían agarrado.
–¿Algunas veces ha sentido cerca al ejército?
–Cuatro veces. El Chapo más.
–¿Qué tan cerca?
–Arriba, sobre mi cabeza. Huí por el monte, del que conozco los ramajes, los arroyos, las piedras, todo. A mí me agarran si me estoy quieto o me descuido, como al Chapo. Para que hoy pudiéramos reunirnos, vine de lejos. Y en cuanto terminemos, me voy.
–¿Teme que lo agarren?
–Tengo pánico de que me encierren.
–Si lo agarraran, ¿terminaría con su vida?
–No sé si tuviera los arrestos para matarme. Quiero pensar que sí, que me mataría.
Advierto que el capo cuida las palabras. Empleó el término arrestos, no el vocablo clásico que naturalmente habría esperado.
Zambada lleva el monte en el cuerpo, pero posee su propio encierro. Sus hijos, sus familias, sus nietos, los amigos de los hijos y los nietos, a todos les gustan las fiestas. Se reúnen con frecuencia en discos, en lugares públicos y el capo no puede acompañarlos. Me dice que para él no son los cumpleaños, las celebraciones en los santos, pasteles para los niños, la alegría de los quince años, la música, el baile.
–¿Hay en usted espacio para la tranquilidad?
–Cargo miedo.
–¿Todo el tiempo?
–Todo.
–¿Lo atraparán, finalmente?
–En cualquier momento o nunca.
Zambada tiene sesenta años y se inició en el narco a los dieciséis. Han transcurrido cuarenta y cuatro años que le dan una gran ventaja sobre sus persecutores de hoy. Sabe esconderse, sabe huir y se tiene por muy querido entre los hombres y las mujeres donde medio vive y medio muere a salto de mata.
–Hasta hoy no ha aparecido por ahí un traidor–, expresa de pronto para sí. Lo imagino insondable.
–¿Cómo se inició en el narco?
Su respuesta me hace sonreír.
–Nomás.
–¿Nomás?
Vuelvo a preguntar:
–¿Nomás?
Vuelve a responder:
–Nomás.
Por ahí no sigue el diálogo y me atengo a mis propias ideas: el narcotráfico como un imán irresistible y despiadado que persigue el dinero, el poder, los yates, los aviones, las mujeres propias y ajenas con las residencias y los edificios, las joyas como cuentas de colores para jugar, el impulso brutal que lleve a la cúspide. En la capacidad del narcotráfico existe, ya sin horizonte y aterradora, la capacidad para triturar.
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Zambada no objeta la persecución que el gobierno emprende para capturarlo. Está en su derecho y es su deber. Sin embargo, rechaza las acciones bárbaras del Ejército.
Los soldados, dice, rompen puertas y ventanas, penetran en la intimidad de las casas, siembran y esparcen el terror. En la guerra desatada encuentran inmediata respuesta a sus acometidas. El resultado es el número de víctimas que crece incesante. Los capos están en la mira, aunque ya no son las figuras únicas de otros tiempos.
–¿Qué son entonces? –pregunto.
Responde Zambada con un ejemplo fantasioso:
–Un día decido entregarme al gobierno para que me fusile. Mi caso debe ser ejemplar, un escarmiento para todos. Me fusilan y estalla la euforia. Pero al cabo de los días vamos sabiendo que nada cambió.
–¿Nada, caído el capo?
–El problema del narco envuelve a millones. ¿Cómo dominarlos? En cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí.
A juicio de Zambada, el gobierno llegó tarde a esta lucha y no hay quien pueda resolver en días problemas generados por años. Infiltrado el gobierno desde abajo, el tiempo hizo su “trabajo” en el corazón del sistema y la corrupción se arraigó en el país. Al presidente, además, lo engañan sus colaboradores. Son embusteros y le informan de avances, que no se dan, en esta guerra perdida.
–¿Por qué perdida?
–El narco está en la sociedad, arraigado como la corrupción.
–Y usted, ¿qué hace ahora?
–Yo me dedico a la agricultura y a la ganadería, pero si puedo hacer un negocio en los Estados Unidos, lo hago.
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Yo pretendía indagar acerca de la fortuna del capo y opté por valerme de la revista Forbes para introducir el tema en la conversación.
Lo vi a los ojos, disimulado un ánimo ansioso:
–¿Sabía usted que Forbes incluye al Chapo entre los grandes millonarios del mundo?
–Son tonterías.
Tenía en los labios la pregunta que seguiría, ahora superflua, pero ya no pude contenerla.
–¿Podría usted figurar en la lista de la revista?
–Ya le dije. Son tonterías.
–Es conocida su amistad con el Chapo Guzmán y no podría llamar la atención que usted lo esperara fuera de la cárcel de Puente Grande el día de la evasión. ¿Podría contarme de qué manera vivió esa historia?
–El Chapo Guzmán y yo somos amigos, compadres y nos hablamos por teléfono con frecuencia. Pero esa historia no existió. Es una mentira más que me cuelgan. Como la invención de que yo planeaba un atentado contra el presidente de la República. No se me ocurriría.
–Zulema Hernández, mujer del Chapo, me habló de la corrupción que imperaba en Puente Grande y de qué manera esa corrupción facilitó la fuga de su amante. ¿Tiene usted noticia acerca de los acontecimientos de ese día y cómo se fueron desarrollando?
–Yo sé que no hubo sangre, un solo muerto. Lo demás, lo desconozco.
Inesperada su pregunta, Zambada me sorprende:
–¿Usted se interesa por el Chapo?
–Sí, claro.
–¿Querría verlo?
–Yo lo vine a ver a usted.
–¿Le gustaría…?
–Por supuesto.
–Voy a llamarlo y a lo mejor lo ve.
La conversación llega a su fin. Zambada, de pie, camina bajo la plenitud del sol y nuevamente me sorprende:
–¿Nos tomamos una foto?
Sentí un calor interno, absolutamente explicable. La foto probaba la veracidad del encuentro con el capo.
Zambada llamó a uno de sus guardaespaldas y le pidió un sombrero. Se lo puso, blanco, finísimo.
–¿Cómo ve?
–El sombrero es tan llamativo que le resta personalidad.
–¿Entonces con la gorra?
–Me parece.
El guardaespaldas apuntó con la cámara y disparó.
Publicado en la revista Proceso
Tal vez al “Mayo sambada” le faltan palabras para criticar al tipo de presidente que tenemos, no es que esté a favor de narcotraficantes, o a favor de cualquier otra persona que dañe de una forma u otra a sus semejantes, pero creo que la delincuencia, la pobreza, la corrupción, el desempleo, entre muchas otras cosas, son producto de las políticas deficientes de los gobiernos que tenemos y hemos tenido.
Y también creo que el presidente que tenemos en la actualidad es una persona anormal, que demuestra dicha anormalidad en combatir de forma grotesca, y sanguinaria a todos aquellos que rompen la ley y que le causan algún tipo de de terror y por ello quiere destruirlos de la forma que más se le acomoda a su personalidad.
También puede ser cierto que esta rodeado de personas que no saben gran cosa sobre el combate a la delincuencia, o que están involucrados de una u otra forma y les causa terror el pensar que alguien los pueda desenmascarar, u otra hipótesis podría ser que temen se conozcan sus incapacidades para realizar el trabajo que se les ha encomendado.
En el aspecto reporteril es un «home round» en contra del gobierno y una estrellita más para Don Julio y su empresa «proceso».
Sin embargo, es necesario que se haga un estudio profundo de lo que pretendió decir el personaje entrevistado. ¿Con qué finalidad hizo esos comentarios o la entrevista?
Es obviamente que se puediera realizar una etnografía del grupo de personajes que rodea la institucionalidad ejecutiva y a su títular. ¿Están relizando bien su trabajo, desde el asesor hasta quienes integran el poder judicial? ¿quién miente?
Creo que está mal quién quiera críticar a Don Julio Scherer, pues la sangre de reportero la trae en las venas. “Si el Diablo me ofrece una entrevista, voy a los infiernos..», dice orgulloso el Sr. Scherer
El medio y quién realizó la entrevista deben de quedar al margen y sí deben de poner atención a lo que dice el Sr, Zambada.
Un saludo cordial.
Scherer siempre ha sido criticado por sus criticas antigubernamentales, lo cierto es que es un gran periodista… Aunque digan que lo estan protegiendo, pienso que no han podido contra èl porque no publica nada sin tener bases o evidencia que prueben la veracidad de sus reportajes… El Sr. Julio es uno de los pocos periodistas con valor que existen… mis respetos para èl, y mi apoyo… No como el Profesor de Televisa, que fue un gran ladron que robò a mano llena en la television del gobierno hace muchos años, que le fue tanto que hasta un yate puede tener… que canonjìas son de las que goza y porquè?
La verdad, es admirable esto que se a publicado, pues si no se omitio ninguna palabra y se dijo tal cual, es el mayo muy seguro de si mismo y confiado en lo que hace o quizas es un tipo de medium que ve mas alla y sabe como a dicho que ya podrian tomarlo, pero es muy importante aclarar detalles antes que eso suceda, pues los del gobierno y militares son bien expresivos en sus encuentros con la poblacion, es tal como se a publicado y si es real tambien que el presidente emprendio la lucha solo con tar el narcotrafico y a olvidado que la educacion es un arma aun mucho mas potente que no a apoyado nada bien, por lo demas esta entrevista es un archivo que brindado otra vision de este grande del narquismo y que con todo respeto a los opositores siempre e dicho que es el mas inteligente y hasta ahora le aprecio su manera de ser, no me defraude y no creo que el cochinero que hay referente a las matansas sea usted.
otro saludo cordial.
Guau!! En primer lujar, felicidades conocer a este tipo de jente hoy en dia es muy dificil y mas que concedan una entrevista personal, ojala y pueda conocer y entravistar al Señor Guzman Loera y claro poder entravistarlo muy bien detallado el reportaje.
Espero me visiten:
http://www.metroflog.com/honor-a-quien-merece
Saludos
QUERIDO AMIGO,ESTE ES UN PROBLEMA DE AÑOS Y NO DE ESTE PRESIDENTE,SI CREES QUE ESTE SEÑOR NO TIENE LA FORMA DE EXPRESARSE YO CREO QUE ESTAS MUY EQUIVOCADO,ESTAS PERSONAS SON GENTE DE UNA CAPACIDAD MUY GRANDE PARA PODER MANEJAR UN NEGOCIO DE ESA CLASE Y SI POR LA DERECHA LLEVARAN O MANEJARAN UNA EMPRESA O ADMINISTRACION CREEME QUE TU ESTARIAS MUY PERO MUY DEBAJO DE ELLOS,ES GENTE MUY CAPAZ CON MUCHO INTELECTO PERO QUE LES GANA EL PODER Y LO MANEJAN POR OTRO LADO.
SE ME HACE ABSURDO QUE SE CUESTIONE NADAMAS A ESTA ADMINISTRACION Y ACLARO,NO LA DEFIENDO PERO ESTO TIENE UN TRASFONDO MUCHA MAS ALLA.
TAMBIEN ES GENTE QUE SIENTE Y QUE NO VIVE,SOBREVIVE Y POR LO QUE SE VE O POR LO MENOS YO EN MI PUNTO DE VISTA PARTICULAR PERCIBO, ES QUE LLEGA EL MOMENTO EN QUE ESA FORMA DE VIDA PARA ELLOS LES LLEGA A CANSAR POERO NO CONOCEN OTRA ADEMAS LES ENFERMA EL PODER Y JAMAS PODER SALIR DE AHI POR ESTAR EN EL LUGAR DONDE LLEGARON. ES IMPOSIBLE PARA UNA PERSONA DE ESTE CALIBRE DECIR ME RETIRO Y DEJO TODO,CUANDO LES HA COSTADO MUERTE DE FAMILIARES Y MUCHAS COSAS MAS QUE POR LO MENOS YO NO CONOZCO,TODO ESTO ES CUESTION DE EDUCACION Y ASI LES TOCO SER EDUCADOS A ESTOS SEÑORES.
EN CUANTO A LLEVAR ACABO UNA GUERRA POR PARTE DEL GOBIERNO FEDERAL,A MI PUNTO ES ABSURDO Y EN PARTE NO,POR QUE PARA DARLE AL NARCO DONDE LE DUELE,LO HEMOS ESCUCHADO MIL VECES ES EN LA PARTE FINANCIERA PERO EL PROBLEMA NO ES ESTE SEÑOR NI EL CHAPO ES EL CONGRESO QUE NO HECHA PARA ADELANTE REFORMAS NOTARIALES NI HACEBDARIAS QUE SON LAS QUE EL NARCO UTILIZA Y LO HACE INVENCIBLE,TODO ES DESDE LAS REFORMAS QUE EL NARCO UTILIZA PARA HACERSE MAS PODEROSO Y POR QUE? POR QUE N EL CONGRESO ESTAN COLUDIDOS MUCHOS DIPUTADOS QUE NO LES CONVIENE MODIDFICAR LEYES QUE ACABEN CON ESTO.
LASTIMA,TEDREMOS QUE SEGUIR CON ESTO HASTA LA ETERNIDAD.
No entiendo si tiene miedo de a ser aprendido se toma una fotografía Y no sé por qué no le preguntaron si siente remordimiento por todas las vidas que ha quitado y si se inicio en el narcotráfico no es porque “nomas” es que le gusta el dinero y lo bueno, de la ganadería no sale para pagar tantos sobornos. Pero tiene razón en una cosa en la republica mexicana existen familias de narcos pero trabajando des de años pero ese tipo de familias siempre ponen negocios y se salen rápido del narco para no que marce. Lo peor que podemos a ser como sociedad es mostrar respeto por ese tipo de personas.
Felicidades por la entrevista