En Mikon, hasta hace algunos siglos, teníamos un récord para cada cosa que ocurría. Un antepasado nuestro, un primate querido, era el orgulloso portador del récord del Mikon con mayor tiempo sin trabajo del planeta. El día de la premiación decidí que no buscara nunca más trabajo para prolongar a cada segundo su marca. De todas partes llegaban a verlo para tomarse una foto con él, conseguir un autógrafo o algo que los turistas pudieran llevarse como recuerdo del pequeño pueblo Mikosta.
Todo iba bien porque la economía de Mikosta se benefició, el turismo se convirtió en la principal fuente de ingresos y hubo bonanza. El verdadero problema llegó cuando jóvenes egresados de las mejores universidades tenían como meta romper el récord de mi primate querido y entonces se afectaron los servicios públicos porque hacían falta médicos, maestros, ingenieros y contadores. Casi una generación entera se tiró en la hamaca imitando a nuestro primate querido.
En referéndum abolimos los récords de todo tipo y establecimos parámetros para las cosas relativas a la productividad. Evidentemente, el primate tuvo que buscarse un empleo después de diez años de holgazanear. El colmo fue cuando un planeta vecino honró a Mikon como el único de la galaxia sin récords. En diplomática carta tuvimos que explicar que si aceptábamos su reconocimiento lo perderíamos al instante porque tendríamos una marca, la que ellos nos otorgaban.
La anterior es una historia que se cuenta a los pequeños en las vacaciones de fin de año, para enseñarles a ver la vida de acuerdo con nuestra cultura y tradiciones.
Nos sorprende ver que en el planeta Tierra cuentan hasta con una entidad para tomar nota de los récords más absurdos del mundo: Guinness Records. Fue en el DF mexicano donde se juntaron miles para bailar como aquél cantante tan mono, Michael Jackson, como un homenaje a la figura más importante en la historia de la cultura pop. Esta temporada instalaron el árbol de Navidad más grande del mundo y lo más absurdo: no es un árbol sino un cono. Nosotros en Mikon hemos evolucionado de la edad de los récords. Sin embargo, hay muchos premios que les podríamos dar a los habitantes, pero los reconocimientos no serán para nada honrosos.
En el planeta Tierra hasta los autores de esa ocurrencia llamada libro de los Guinness Records se mostraron cansados de la insistencia de los capitalinos por acumular reconocimientos ociosos. Para el evento antes mencionado no se reunieron 11 mil ni 13 humanos, no señores, no: fueron 12 mil 937 bailarines profesionales y aficionados que se dieron cita en el Monumento a la Revolución para bailar la canción Thriller. Lamentablemente, para ellos, algunos funcionarios del gobierno de esa ciudad se quejaron en privado porque el libro no envió a ningún representante para dar fe sino que se dieron por satisfechos con las fotografías enviadas por los organizadores. La Ciudad de México, otro récord, ahora bailarines imitando a Michael Jackson? Ahí sí, envíen las fotos. Dijeron en Guinness.
¿Qué tipo de fijación puede existir en una ciudad tan grande como la de México que la gente parece estar obsesionada con acumular reconocimientos que poco hablan de temas que resultan más apremiantes como la ecología, la urbanidad y muchos otros?
Publicado en el periódico Excélsior
hola de verdad que SIMEON, MONICO Y MONUEL, ME ENCANTAN, SON UNA FORMA DISTINTA DE VER LOS NOTICIEROS Y DE ENTERARNOS QUE PASA EN MEXICO, LOS FELICITO ME ENCANTAN SON UNICOS, DIVERTIDOS, Y AUNQUE NOS DAN MALAS NOTICIAS NO NOS DEJAN UN MAL SABLR DE BOCA, NO NOS MATAN LA ESPERANZA DE QUE MEXICO CAMBIEN, NO ACABAN CON LA IMAGEN DE QUE MEXICO ES UN PAIS INCREIBLE, LES MANDO UN BESOOOOOOOOOOOTE Y OJALA QUE LOS TRES ME MANDEN UNO ACA EN PACHUCA, EN DONDE LOS HE RECOMENDADO ENTRE TODA LA GENTE CON LA QUE CONVIVO.