La oscilante y vergonzosa actitud del PRD es, sin embargo, perfectamente explicable. El partido alberga en su seno dos corrientes o facciones. Una, de izquierda, aglutinada en torno de Andrés Manuel López Obrador, y otra de derecha, encabezada por Jesús Ortega. Y para desgracia de México, parece que la corriente derechista es mayoritaria en la estructura formal o burocrática del partido, aunque evidentemente minoritaria entre las bases de simpatizantes y sufragantes del perredismo.

La disyuntiva de Jesús Ortega

MIGUEL ÁNGEL FERRER

Legalmente, en México existen varios partidos políticos. Pero realmente sólo existen dos opciones. Una, formada por el PRI y el PAN, que representa a la derecha y al imperialismo; y la otra, representada por el PRD, que comprende a la izquierda en su más lato sentido.

Del Partido de la Revolución Democrática (PRD) puede hacerse una censura despiadada en razón de los múltiples vicios que caracterizan su actuación política. Pero por ahora quisiera referirme solamente a la peor de sus fallas.

Tratándose de un partido que se asume como de izquierda, el vicio más censurable del PRD es justamente que no siempre se comporta como un partido de izquierda. O, dicho más claramente, que el partido del sol azteca oscila entre posiciones de izquierda y posturas de derecha.

Este comportamiento oscilante del PRD es observable cuando en temas clave para el progreso y la independencia del país el sol azteca defiende, promueve o vota medidas y leyes de corte neoliberal, lo que es propio de organizaciones derechistas, y absolutamente incompatible con una institución de izquierda.

¿No es verdad, por ejemplo, que el PRD votó en contra del la ley indígena, cual lo hicieron los partidos de derecha? ¿Y no es verdad que el voto favorable del sol azteca permitió la aprobación de la ley televisa, norma radicalmente contraria al interés nacional?

La oscilante y vergonzosa actitud del PRD es, sin embargo, perfectamente explicable. El partido alberga en su seno dos corrientes o facciones. Una, de izquierda, aglutinada en torno de Andrés Manuel López Obrador, y otra de derecha, encabezada por Jesús Ortega. Y para desgracia de México, parece que la corriente derechista es mayoritaria en la estructura formal o burocrática del partido, aunque evidentemente minoritaria entre las bases de simpatizantes y sufragantes del perredismo.

Esto explica que, hasta ahora, la corriente orteguista, también llamada de los Chuchos, no haya conseguido convertir al PRD en un partido plenamente derechista, como son el PRI y el PAN, o en un partido paraestatal como son Nueva Alianza, Alternativa Socialdemócrata y Verde Ecologista de México.

Pero Ortega cree que ha llegado su hora. Si el aguascalentense logra consumar el asalto a la dirección del PRD, fatalmente el sol azteca derivará en un partido francamente derechista o, al menos, en un partido sin fuerza propia y al servicio del gobierno, es decir, en un partido paraestatal.

Será entonces el PRD un cascarón vacío, una entidad despreciada por tirios y troyanos, cuya precaria existencia dependerá, como en otros casos históricos, de la voluntad del gobierno. Un PRD paraestatal, palero o comparsa significaría su propia y pronta muerte.

Nada, sin embargo, está ya escrito. Ortega no quiere suicidarse. Sabe que no hay futuro con un PRD paraestatal. Por eso ya busca caminos de conciliación con la corriente lopezobradorista. La disyuntiva de Ortega es clara: ser presidente de un partido paraestatal o conformarse con ser, como hasta ahora, el dirigente de la corriente de derecha de un partido de izquierda.

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